sábado, 6 de diciembre de 2008

¿Vamos para volver?

¿Y si la vida fuera un circulo? ¿Y si uno terminara donde comenzó? A cuento viene el siguiente relato, que no intenta demostrar la verdad de la milanesa ni tampoco el punto exacto del ojo de bife.
Érase una vez el campo de mi abuelo, y érase una vez, un matrimonio vecino. Por esa manía, tan argentina, les decíamos los Damianos, Damiana y Damián. Jamás supe a ciencia cierta si eran sus verdaderos nombres. Habían llegado de capital hacia cuarenta años, y mi abuelo les había dado un par de lotes para que armaran una quinta. Antes se decía así, ahora seria una huerta orgánica, cosas de la modernidad.
Solo me separaba del mundo de los Damianos una puerta de alambre, yo pasaba cuando se me daba la gana. Para desgracia de ellos se me daban seguido las ganas. Atravesaba el gallinero, las conejeras, y previo toquetear a cuanto conejo había, entraba a lo que para mí, era el jardín de las maravillas. Tenían glicinas, enredaderas con esos zapallitos que luego se hacen esponja, madreselvas, agaphantus y cuanta flor silvestre podía llegar a crecer en la zona. Me sentaba con Don Damiano, en una mesa enorme de madera, y ahí el separaba la verdura mientras me daba una fuente de piñones para picar. No hablaba mucho Damiano, contaba a veces cosas de Polonia, pero a cuenta gotas como si la sola idea de dejar salir los recuerdos, hiciera que no fueran propios. Yo me quedaba horas en silencio, con mis libros o los piñones. A la distancia creo que tenían eso siempre preparado para entretenerme un rato.
Damiana hablaba francés, lo había aprendido en casa de una familia criolla, donde a fuerza de sopapos había logrado coser vestidos y aprender una segunda lengua. Ahí conoció a Damiano, que en ese momento no hablaba ni una palabra de castellano pero era lo bastante despierto como para conducir uno de los autos de la familia. Se casaron, y cuando se cansaron de llevar a las señoritas de la casa de acá para allá y coserles los vestidos se vinieron al campo.
No se hablaban mucho, don Damiano era casi hermético, cuando yo terminaba de picar los piñones, me llevaba a la cocina, ahí dejaba en mis manos el batido de huevos y hacíamos bizcochuelos. Era toda una ceremonia, cascar los huevos le podía llevar quince minutos, y mientras Damiana repetía: “le meson est petit, le cor también”, se iba cocinando el bizcochuelo.
Adoraba esas tardes, donde ni siquiera podía escuchar las voces de mi familia, donde el mundo se reducía a mas no poder. Jamás los vi discutir, lo de ellos era una educada indiferencia.
Si se largaba a llover, yo me quedaba un rato mas, porque según Damiano no podían dejarme mojar. Y ahí el te terminaba en tómbola. Sacaba los cartones, la bolsa y largábamos con la fila y el cartón lleno. Todavía hoy recuerdo el olor a lluvia, el agua cayendo por la galería de vidrios repartidos, el sombrero de paja de Damiana, y el olor a bizcochuelo.
Así pasaba mi infancia, poblada de esa calma campestre, que solo se alteraba los fines de semana cuando llegaban mis primos. Ahí desaparecían los Damianos, como si se esfumaran por arte de magia, y yo evitaba cruzar la puerta de alambre.
No es que no vinieran porque no estaban invitados, mi tío Robertito tenia la costumbre de apoyar a la pobre Damiana. En esos momentos los chicos nos reíamos, mi abuela gritaba: ¡doña Damiana entienda que es enfermito!, y Robertito parecía poseído.
Mientras yo crecía veía que la quinta se achicaba, un año desaparecieron los tomates, otro las calabazas, y los Damianos iban envejeciendo. Yo seguía pasando mucho tiempo con ellos, pero ya no solo picaba los piñones, ahora era yo la que hacia los bizcochuelos en silencio como siempre.
Un día me despertaron los gritos de Damiana y varias estampidas. Vi que mi papa corría hacia la quinta, para luego volver a las corridas y en zigzag. Don Damiano estaba cuerpo a tierra entre los choclos hablando en polaco trasladado mágicamente a la segunda guerra mundial. Recuerdo que subí al techo para poder ver mejor, y ahí vi a don Damiano, en calzones con la escopeta, arrastrándose entre los choclos.
Luego de eso, don Damiano tenía periodos donde le agarraba “el polaco loco”. Así diagnostico mi papa la extraña enfermedad. No lo llevaron a ningún medico, solo aceptamos que de en cuando en vez, don Damiano se internaba en la quinta durante un par de días haciéndole la guardia a la verdura.
Luego de un año olvido el castellano, ya no recordaba otra cosa que su idioma natal. Yo iba igual, el me hablaba en polaco, y yo en castellano, y cosas raras de la vida, se había vuelto un parlanchín. Yo trataba de adivinar las frases y el entonces acompañaba gesticulando. Pasaban aviones, tiraban bombas, y yo seguía limpiando tomates.
Un día dejo de hablar, se había vuelto parco y meditabundo. Doña Damiana lloraba en los rincones, mientras protestaba por la falta de consideración de ese hombre.
Lo encontraron muerto en la quinta con la escopeta al hombro, creo que murió en su mundo. Que imaginaba que estaba de nuevo en Polonia, que los nazis ocupaban su pueblo, y que en cierta forma regreso a su patria.
Nada fue igual con su muerte, yo no volví por mucho tiempo a cruzar la reja, extrañaba ese espacio que me habían dejado compartir tantos años.
Venia a cuento de los círculos, de volver al origen, de encontrar nuestro lugar. De lanzarse al infinito para recuperar lo mínimo. De la vida nada más, de los Damianos y los piñones.

15 comentarios:

Gabriela dijo...

Me enganchaste con el patio grande de mi abuela con el fuentòn de lata y los árboles de granadas.

Las noches de verano con mis primos cazábamos lucièrnagas... efìmeras alegrías que al día siguiente amanecían muertas en el fondo del frasco perdiendo toda la magia y mostrándose como un feo bicho largo de panza verde.

Tal vez eso sea crecer.... comenzar a ver la realidad tal y como es...

De vez en cuando a una le dan unas ganas de cazar luciérnagas que pufff!

Tengo dos frascos... vamos?

capitanfla dijo...

Algo que no llego a comprender del todo, me sugiere que debo, en algún momento de mi vida, radicarme en Entre Ríos, tierra natal de mis padres.

Las pocas veces que estuve, me sentí integrado al universo circundante.

Mis pasos eran más seguros.

Hubiera parecido que comprendiese cierta idea de destino y que lo estaba cumpliendo.

BLACKMAMBA dijo...

Gaby:
Vamos a por las luciernágas!
Capi:
Esa es la sensación, volver sobre pasos que no debieron abandonarse.

piscuiza dijo...

Ya había comentado esto de los damianos y creo que no cambió mucho mi parecer.
Una acaso transita por la vida, va y viene, vuelve a ir, hace como que avanza, rezonga porque retrocede. Finalmente como el perro, da vueltas y vueltas se acurruca y se acomoda en su lugar. Porque por más que tratemos, necesitemos, nos obliguemos a ser otra cosa; no podemos dejar de ser ni más ni menos que lo que somos.
Y que lindo es cuando de afuera una ve a personas que aceptan lo que son, se gustan, se quieren, se amigan con ellas mismas, se festejan sin censuras y no andan como gata siamesa frotando piernas ajenas en busca de aprobación.
Te lo digo trepada a una parra llenándome la panza de uvas chinche medios verdes, en patas y con la musculosa agujereada: pero que lindo se siente!
Salute

sapaflor dijo...

Blackmamaba, me encantó leerte!
Tan vívido relato del paraíso perdido de la infancia.
Podía verlo, olerlo, ese olor a tierra mojada por la lluvia.
Momentos que compartimos con personas que pasaron por nuestra vida dejando un rastro indeleble que crece con el tiempo.
Yo, que venía zigzagueando desde el baño de Gaby ( me morí de risa Gaby! jua) vengo a aterrizar en esta bella poesía con los Damianos tan únicos. Muy lindo!cariños te dejo.

BLACKMAMBA dijo...

PISCUIZA:
Hay gente que con tal de cachar una botamanga se hace un piercing en el dedo chiquito del queso derecho. Ojo con la uva chinche que tiñe las baldosas.
SAPAFLOR:
Bienvenida! Gracias por sus comentarios! AHora, entre nos, Blackmamaba va a dar lugar a comentarios sórdidos. Una hace lo posible por tener una vida impoluta, no vaya a ser cosa...

Stella dijo...

Que ben contaste esta historia, no podía parar de leerla! Y me generó un monton de sensaciones.
La vida de este tipo de gente, tiene algo que encanta. Estos personajes tan sufridos, se vuelven solitarios y silenciosos.
La guerra tiene ese efecto, estés del lado que estés, siempre es horriblemente dolorosa. Y la marca que deja, es muy fuerte!


Si llevo mi propio frasco, me dejan ir a cazar con ustedes?

Almafuerte dijo...

Muy bueno, pero muy bueno.

Ya no hay más luciérnagas ni mariposas en la ciudad, pero vengo de un lugar donde las luciérnagas son gordas como chanchos y arremeten como aviones caza. No es el lugar de mis abuelos ni será el de los nietos, pero es un lugar.

BLACKMAMBA dijo...

STELLA:
Así es Steluchi, entre balas y gritos solo hay hombres, simples seres humanos navegando singladuras.
Traete el frasco cuando quieras que largamos.
ALMAFUERTE:
Gracias por los elogios! Gordas como chanchos? Bueno, vamos con los frascos para allá, nos lleva el sodero.

Almafuerte dijo...

Sra., off topic cumplo en avisarle que uno de los cobayos, digo, un voluntario del proyecto hizo una interpretación psicológico científica de su nombre Blackmamba. Ud. verá.

José Luis dijo...

No había entrado a leerte, hasta hoy.
Y qué buena idea que fue (entrar, digo).

Saludos,
JL

Stella dijo...

Bueno, muher, ponete las pilas che!
Escribite algo!

Forbidden Reloaded dijo...

Ahora entendí, evidentemente ayer andaba en otra. Está bueno, pero creo es poca la gente que es capaz de volver a vivir lo que vivió. La mayoría solo recuerda y a veces mal

Saludos

Unknown dijo...

Me pegò lo de "educada indiferencia". Me acordé de la peli nueva de Brad Pitt, donde él nace viejo y a medida que pasa el tiempo se va volviendo joven. Eso estaria reeeeeeeeee bueno.

Unknown dijo...
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