jueves, 5 de febrero de 2009

PACASMAYO

Lejos de mi casa, en aquel muelle, con el mar zumbando debajo de los pies. El cielo vistiendo nublado perfecto. Pescados caídos de sus canastas, como expresando un ultimo gesto de resistencia. Otras caras, otras voces. Miro las tablas demasiadas separadas entre si, y comienzo a luchar entre las ganas de levantar la mirada o mirar mis pies. El miedo al vacío, ridículo cuando el mar es solo una quieta pileta debajo de la estructura de madera. Respiro, el salitre golpea mis fosas nasales. La mano de la niña se aferra a mi brazo. ¿Nos caemos? Pregunta…
Y en ese momento lo escucho, una Coya con voz tranquila que viene cantando: El Señor no me abandonara… Repite esa estrofa una y otra vez, con la voz más límpida y armoniosa que he escuchado hasta ahora.
El muelle parece interminable, pero ella sigue cantando, sosteniendo su cesta y con la mirada perdida en ese mar que le regalara su sustento.
Imágenes de mujeres, mirando el horizonte, cantando, o sosteniendo niños de la manos, pensando que Dios no va a abandonarlas.
En diferentes aguas, diferentes culturas, las mismas preguntas, los mismos deseos.